*El presente texto representa la versión escrita del discurso pronunciado el 5 de septiembre de 2009 por José Berdugo Romero, secretario de la Asociación Hisn Atiba, con motivo de las V Jornadas de Sir James Douglas.
Estimadas autoridades, queridos vecinos y amigos de nuestro pueblo:
Me vais a permitir, antes de entrar en el fondo del discurso que para la ocasión he tenido el agrado de preparar, expresar un agradecimiento especial a mi compañero y amigo José Luís López Rambla, que con el cuadro que pintó para la ocasión que suponen estas V Jornadas de Sir James Douglas ha inspirado, en gran medida, la temática de la narración que en esta tarde os presento.
El cuadro, que rememora el singular episodio en el que nuestro noble escocés se enfrenta a la tropa musulmana, se enmarca en la Batalla de Teba, lance que había de ser decisivo, en su momento, para las aspiraciones del rey castellano Alfonso XI, que con la conquista de nuestra villa daba cumplimiento a sus objetivos militares de aquel año de 1330.
-Cartel conmemorativo de las V Jornadas de Sir James Douglas-
Sin duda es la participación y muerte de Douglas en la Batalla el hecho más peculiar de aquel combate. Su nacionalidad, tan alejada de la normal entre los combatientes, y el fin último de su cometido; cumplir la promesa hecha al rey Roberto, son circunstancias que llaman poderosamente la atención y hacen que con frecuencia nos centremos en su persona. Pero como no podía ser de otra manera, el suceso tiene un contexto que injustamente suele pasar a un segundo plano, lo que va en detrimento de la propia acción de Sir James y, por supuesto, de la Historia con mayúsculas.
Ese contexto; el de la perpetua lucha que a través de los siglos de la Edad Media enfrentó a cristianos y musulmanes, tiene una vertiente que nos fue magníficamente presentada el año pasado por el historiador Rafael Valero: la vida y sufrimientos de los habitantes de la Teba de 1330. Este año quisiera continuar la síntesis de tan notable suceso mostrando y reivindicando, mediante unas breves pinceladas, las principales características del ejército al que tuvieron que enfrentarse el Rey Alfonso XI y el propio Sir James Douglas, y el semblante del brillante general que lo dirigía.
El nazarí de Granada, al que pertenecía nuestra villa, era un reino pequeño, apenas una sombra del gran califato cordobés que había unificado Al-Andalus siglos atrás. Por ello no podía tener el poderío militar que los musulmanes tuvieron en tiempos de Almanzor. No obstante la milicia granadina y la impresionante red de fortificaciones que los emires fueron en unos casos construyendo y en otros reparando, mantuvieron una frontera relativamente estable durante 250 años, lo que constituyó una prueba de la efectividad del aparato de guerra nazarí.
En tiempos de Mohamed IV, cuando se produce la batalla de Teba, el ejercito musulmán constaba de unas fuerzas más que considerables. Lo componían en torno a 8.000 caballeros y más de 75.000 ballesteros. Si tenemos en cuenta que el reino nunca llegó al medio millón de habitantes podemos comprobar como una quinta parte de la población total se dedicaba a las actividades bélicas, lo que nos muestra un Estado donde la guerra y el ejército eran el pan nuestro de cada día.
Además, como era habitual en la Edad Media, buena parte de los que se dedicaban a estos menesteres eran mercenarios de los que un número no despreciable eran cristianos que solían guerrear junta a los granadinos por motivos económicos. Eso sí, la mayor parte de estos soldados de fortuna eran africanos de origen bereber. De hecho, el cuerpo de elite de la milicia, muy temido entre las tropas cristianas, estaba compuesto por meriníes norteafricanos de la tribu de los zánatas. Estos últimos formaban el denominado “Cuerpo de voluntarios de la fe”, a cuya cabeza estaba el denominado “maestro de los voluntarios de la fe” o “Sayj al guza” en árabe. Como muchos ya sabrán, el mas famoso entre los Sayj al guza de la Historia granadina es Abu Said Utman ben AbilUla, más conocido en las crónicas castellanas como Ozmín.
Este cuerpo de voluntarios de la fe, que fue el que acudió a Teba para socorrer a los musulmanes sitiados en el castillo, se dividía en cohortes comandadas por capitanes a los que coordinaba el Sayj al guza. Solían combatir a caballo y estaban armados con sables y lanzas finas. Para su protección usaban una adarga de cuero que hacía las veces de escudo y en cuya elaboración utilizaban la piel de antes africanos. Como por la descripción se puede adivinar, el armamento de estos guerreros era extremadamente ligero lo que hacía que esta unidad de élite tuviera dos ventajas muy claras en la guerra: por un lado eran muy rápidos y efectivos en la batalla y por otro lado podían desplazarse en un corto espacio de tiempo a largas distancias. Ambas ventajas se pudieron comprobar en Teba donde Ozmín llegó, según las crónicas de la época, muy poco tiempo después de que se supiera el inicio de su cerco por las tropas cristianas y donde, con sus seis mil jinetes, se desplazaba diariamente desde el Castillo del Turón, lugar en el que tenía su campamento, hasta el río Guadalteba, para hostigar de mil maneras a los sitiadores que hasta allí llegaban para abrevar la caballería. Las trampas tendidas a los cristianos y movimientos tácticos envolventes como el utilizado para acabar con Sir James Douglas, que tan en jaque tuvieron a los cristianos, resultarían impensables con una caballería diferente a la comandada por nuestro famoso caudillo benimerín.
-Mapa del Reino Nazarí de Granada-
Por otro lado no sólo la eficacia de la caballería hacia temible a este cuerpo de voluntarios de la fe. Era la propia figura de Ozmín la que causaba pavor entre los cristianos. De este Sayj al guza hablan con frecuencia autores musulmanes como Al Kattib. También se refieren a él las narraciones castellanas como la Gran Crónica de Alfonso XI o la Crónica de Alfonso el Onceno. Esta ultima, por ejemplo, se refiere a nuestro general cuando dice:
“Ozmin, aquel caudillo de Granada, era moro muy sabedor de la guerra y hacía muchas pruebas por hacer mal y daño en la hueste de los cristianos”.
En la historiografía de la época se puede rastrear la figura de Ozmín desde quince años antes de la Batalla de Teba. Así sabemos que ya comandaba las huestes benimerines que desde Málaga contribuyeron decisivamente a elevar al trono a Ismail I y a deponer al emir Nasar. Ya al frente de las tropas granadinas jugo un papel determinante en la Batalla de Alicún en 1315 que, aunque con resultado incierto, consiguió poner en jaque a los ejércitos castellanos comandados por el infante Don Pedro de Castilla.
Pero quizás su victoria mas conocida sea la que se produjo en el día de San Juan de 1319, cuando consiguió terminar con el asedio a Granada que habían planteado los Infantes Don Pedro y Don Juan de Castilla, a resultas de cuya batalla ambos murieron en la lucha. Resulta curiosa, como muestra de una época en la que la guerra no estaba reñida con la caballerosidad, el que fuera el propio Ozmín el que presidiera la guardia de honor a los difuntos infantes cristianos que el emir Ismail mandó instalar en la Alhambra.
La época de mayor importancia de Ozmín vino con la ascensión al trono del Emir Mohamed IV en el año 1325. El joven monarca granadino, que en aquel momento contaba tan sólo con doce años de edad, dejó todo el poder en manos de nuestro general y del visir Abul Hassan Ben Masud. Durante los primeros años del reinado del nuevo Emir, Ozmín alternó sus nuevas labores de gobierno con las tradicionales actividades bélicas, trabando con los cristianos numerosas batallas como la que le llevó a conquistar Rute o la que tuvo lugar en las cercanías de Archidona y que es conocida como Batalla del Guadalhorce. Con la mayoría de edad de Mohamed IV las relaciones entre el caudillo benimerín y el emir se enfriaron hasta el punto que Ozmín se retiró a la Alpujarra donde llegó a rebelarse contra su monarca.
Pero a pesar de esta circunstancia, el Sayj al guza acudió solícito a la llamada de su monarca cuando en Granada se supo del sitio al Hisn Atiba. Y una vez más, en Teba, estuvo a punto de vencer a sus enemigos tradicionales durante el mes de agosto de 1330. Tal vez, quién sabe, la enfermedad que le trajo la muerte poco tiempo después del fin de la batalla fue decisiva en el resultado de aquella contienda.
En todo caso en nuestras tierras tebeñas quedó constancia clara de la grandeza bélica del general benimerín y de las habilidades de su ejército, lo que no hace sino resaltar el honor y la fama de los que le combatieron: el rey Alfonso XI y sus tropas y la pequeña pero aguerrida hueste comandada por sir James Douglas, cuya muerte en el campo de batalla ante tan magnífico guerrero, contribuyó y contribuye aún hoy, a labrar su singular leyenda.
Muchas gracias por su atención y que disfruten de estas V Jornadas de Sir James Douglas.
Semblanza
José Berdugo Romero
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